El AGCS constituye una seria amenaza para los Servicios Públicos, dado que su
objetivo es la liberalización total de todos los servicios (incluyendo
los SSPP) en todos los países, abriendo la puerta a las transnacionales
del sector, y obligando a las administraciones públicas a adaptar sus
normas y procedimientos a las propias de la OMC, para que no perturben
el libre comercio.
A nivel mundial existe una fuerte campaña contra este acuerdo, que ha
salido fortalecido tras la última cumbre de la OMC en Hong Kong en
diciembre de 2005,. Destaca en Europa el movimiento de Administraciones
Locales fuera del AGCS, que agrupa a numerosos ayuntamientos,
diputaciones y gobiernos regionales (incluyendo España) que han
expresado formalmente su rechazo a aceptar el AGCS
“El juego del AGCS. Privatizar o no privatizar los servicios publicos”. ATTAC presenta este video en el que se explica el Acuerdo General de Comercio de Servicios de la OMC (Organizacion Mundial del Comercio).
EL ACUERDO GENERAL SOBRE COMERCIO DE SERVICIOS (AGCS)
Un plan mundial para privatizar los servicios públicos
Luis Miguel Busto Mauleón
Tal vez el lector no conozca ni haya
oído hablar de estas siglas, mucho menos de todo lo que ellas encierran. Es
normal, muchos representantes políticos tampoco sabrían ni siquiera descifrarlas.
Pero el asunto tendrá profundos impactos en los acuerdos comerciales regionales
y hemisféricos y, con toda seguridad, estará en la agenda política de los próximos
años.
El AGCS entró en vigor en 1995 y
formó parte de una serie de compromisos que dieron origen a la Organización
Mundial del Comercio. Se puede definir como el conjunto de normas multilaterales
que abarca el comercio internacional de servicios. Tras el eufemismo se encierra
un objetivo: la liberalización progresiva de los servicios esenciales para la
sociedad y que en estos momentos son atendidos por los poderes públicos. Abarcaría
cuanto servicio sea imaginable en sectores que afectan al medio ambiente, la
cultura, los recursos naturales, el agua potable, la salud, educación, seguridad
social, servicios de transporte, de correo o servicios municipales. Impondría
límites a prácticamente todas las medidas gubernamentales que afecten al comercio
de servicios: desde límites impuestos a la legislación laboral hasta a la protección
del consumidor incluyendo en el tema regulaciones, directrices, subvenciones,
cualificaciones y pautas para otorgar permisos. Y también afectaría a los límites
gubernamentales sobre el acceso a los mercados, las necesidades económicas o
las disposiciones de contenido cultural. La mayor apertura de los mercados,
según sus promotores, mejoraría las posibilidades de los países en desarrollo
para mejorar los servicios a sus ciudadanos y más oportunidades comerciales
para su crecimiento económico.
Muchos gobiernos ya habían empezado
a privatizar los servicios que ofrecían, tales como las telecomunicaciones o
la electricidad porque habían empezado a ser rentables para el capital privado.
Todos conocemos las consecuencias: fusión de empresas que generan mercados oligopolistas
y terminan por elevar los precios de los productos; inseguridad y disminución
de la calidad de los servicios, como en el caso de los transportes; mengua
de la garantía de provisión, como en el caso de la electricidad; degradación
del medio ambiente; degeneración y disminución del empleo; dilapidación de los
recursos públicos en oscuros procesos de privatización… Pero ahora se quiere
llevar al límite la privatización porque se pretende que incluso los servicios
esenciales pasen a ser suministrados por empresas privadas.
Los principales beneficiarios de
la aplicación del acuerdo serían las grandes multinacionales que convertirían
los servicios públicos de todo el mundo en mercados privados. No debemos olvidar
que la Salud representa un mercado con un valor de 3,5 trillones de dólares
anuales; que la Educación supone un negocio de 2 trillones de dólares anuales
y que el agua supone 1 trillón anual. Un bocado demasiado apetitoso para dejarlo
en manos de los políticos.
Los perjudicados serían los de siempre.
Las grandes empresas con fines lucrativos accederían a los recursos públicos
y lograrían minar las regulaciones existentes. Y para muchos países del Tercer
Mundo supondría el desmantelamiento definitivo de los servicios públicos tras
décadas de ajuste estructural de los programas del FMI y del Banco Mundial.
La competencia internacional los destruiría y, donde todavía no existen, se
impediría su creación reforzando y perpetuando la desigualdad y la pobreza.
Según la OMC las ventajas de la liberalización
de los servicios serían: la eficacia en la prestación de los servicios por la
mayor competitividad; mayor grado de desarrollo; ahorro de los consumidores;
más innovación; transparencia y previsibilidad de las empresas; y transferencia
de tecnología por la inversión directa extranjera.
Pero a estas alturas a nadie se le
escapa que el objetivo de la OMC es la promoción y expansión del libre comercio
apoyando la generación de más beneficios para las empresas a costa de la provisión
de los servicios públicos. Y por eso ve en los monopolios de los sectores públicos,
sobre todo europeos, grandes barreras para el comercio. El AGCS limitaría la
capacidad de los gobiernos para ejercer políticas a favor del interés común
y las distintas administraciones se verían obligadas a eliminar aquellas acciones
tendentes a regular y financiar servicios esenciales.
Privatización de los servicios públicos
El AGCS lleva implícito la privatización
de los servicios públicos ya que considera que las subvenciones pueden tener
efectos distorsionadores en el mercado. De hecho, el sector público no podría
situarse en competencia con un servicio ofrecido por una empresa y estaría obligado
a multiplicar el presupuesto destinado a un servicio público para ofrecer a
la competencia la misma subvención; o a dividirlo y destinar una parte proporcional
a competidoras privadas; o privatizar los servicios públicos. Cualquiera de
los tres casos supondría la desaparición de los servicios públicos.
Aceptar el AGCS supondría:
- el dominio de los mercados
por un pequeño número de compañías privadas;
- la pérdida del control
democrático de los servicios públicos;
- la caída de los precios
a expensas de la calidad;
- la reducción de la
protección medioambiental;
- la pérdida de servicios
básicos y de puestos de trabajo.
En definitiva, el AGCS suscita preocupaciones
por sus efectos en la ciudadanía. La primera de ellas sería la posibilidad de
que los gobiernos se vean impedidos de definir políticas en sectores claves
para garantizar ciertos servicios básicos. La segunda tiene que ver con la irreversibilidad
del proceso que hace que lo que se compromete en cada ronda de negociación no
pueda deshacerse sin un costo económico elevado. La tercera es la sensación
de que la vaguedad y generalidad de los asuntos contenidos en los artículos
terminarán poniendo la interpretación de las reglas en manos de algún tribunal
de arbitraje dominado por los países más fuertes y las corporaciones internacionales.
Y, por último, la falta de información y transparencia en las negociaciones
de este polémico acuerdo.
Los servicios públicos se establecieron
para satisfacer las necesidades de las personas, no para el comercio y el beneficio
económico y no pueden regirse por criterios de rentabilidad sino de interés
social. De acceso universal, mantenidos por una fiscalidad solidaria, representan
uno de los derechos sociales más significativos alcanzados por la ciudadanía
a lo largo de la historia y son indispensables para luchar contra las desigualdades
sociales y territoriales. La provisión de los servicios públicos se desarrolla
en base a las necesidades sociales del individuo y no en su capacidad de pago.
Por su propia naturaleza no deben ser ni liberalizados ni privatizados.
La constante crítica al funcionamiento
de los servicios públicos ha conseguido que una parte importante de la sociedad
acepta la falacia de que estos serían mucho más eficaces si se entregaran a
la competencia del mercado. Claro que es necesario perfeccionar la eficacia
de los servicios pblicos pero para ello hay que ampliar su financiación, mejorando
la calidad y el acceso de todos en condiciones de igualdad. Pero no podemos
permitir que su actual deterioro sea utilizado como argumento para permitir
que se los apropien las multinacionales. Mostrarían precisamente la cara vergonzante
del neoliberalismo. Y sobre todo que el capitalismo de nuestros días es cada
vez más incompatible no sólo con los derechos sociales sino con las normas democráticas
más elementales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario