viernes, 6 de julio de 2012

Somos una especie altruista y cooperadora por naturaleza

Altruismo suburbano.

El biólogo evolutivo estadounidense David Sloan Wilson estuvo en Gran Bretaña en febrero y habló sobre el estudio de campo que realiza desde hace seis años en su ciudad, Binghamton, un suburbio de Nueva York que se encuentra en declinación económica.

“Hay cosas que a un biólogo le resultan naturales y una de ellas es el estudio de especies en su hábitat natural”, explica Wilson. “Jane Goodall (famosa por sus estudios sobre chimpancés) tiene el Gombe Stream Park en Tanzania, y los pinzones de Darwin se estudian en las Islas Galápagos. ¿Por qué no estudiar a los seres humanos en el contexto de su vida cotidiana?”.

En 2006, Wilson decidió estudiar a los 47.000 habitantes de Binghamton. Confiaba en que mediante la observación, la confección de pronósticos sobre la base de sus teorías y la posterior realización de intervenciones para comprobar si los pronósticos se confirmaban, el estudio de campo generaría pruebas para sus teorías evolutivas y, en el proceso, “también haría del mundo un lugar mejor”.

Las teorías de Wilson se oponen a lo que se nos dice desde hace más de treinta años, desde que el biólogo y reconocido divulgador científico inglés Richard Dawkins publicó El gen egoísta en 1976.

A diferencia de Dawkins, Wilson sostiene que el egoísmo genético no es la opción por omisión de la humanidad y afirma que somos una especie altruista y cooperadora por naturaleza. La “prosocialidad”, como él la llama, es una conducta que da una auténtica ventaja competitiva a un grupo.

“El egoísmo se impone al altruismo en el interior de los grupos pero los grupos altruistas superan a los grupos egoístas. Todo lo demás es especulación”, dice Wilson.

La idea de corroborar esas ideas en la práctica mediante trabajo de campo en comunidades era nueva cuando Wilson empezó. Con la ayuda de un equipo de profesionales y estudiantes, intentó medir los niveles de cooperación en la ciudad. Se realizaron encuestas entre estudiantes secundarios, a quienes se les pidió que calificaran afirmaciones como: “Me parece que es importante ayudar a otros”. Luego se creó un mapa con colinas que representaban las zonas de cooperación alta y valles que indicaban las zonas de escasa cooperación.

El equipo trató de confirmar esos resultados mediante pruebas como dejar caer cartas para comprobar si la gente las despachaba e ir a escuelas y participar en juegos para medir la cooperación. Hasta recorrieron los barrios de Binghamton en Halloween y Navidad para ver cuáles tenían una iluminación más decorativa, ya que pensaban que cuanto más se adornaba un barrio con decoración festiva, más reconfortante era y, por lo tanto, mejor era su salud cívica.

Wilson organizó luego una serie de proyectos locales para ver si podía usar lo que llama su “caja de herramientas evolutiva” para mejorar los niveles de cooperación. El certamen de diseño de parques, por ejemplo, tenía por objeto enfrentar a los barrios entre sí en una competencia amistosa.



De la misma forma, el propósito de su programa educativo era alentar la cooperación y la competencia amistosa utilizando elementos basados en los principios que desarrolló la politóloga estadounidense Elinor Ostrom (premio Nobel de Economía), entre ellos un fuerte sentido de comunidad, un entorno seguro y recompensas y sanciones graduales.

Las reacciones ante su ambicioso Binghamton Neighborhood Project (http://bnp.binghamton.edu) van desde un cálido entusiasmo hasta la sonrisa y algunos comentarios condescendientes. Una pregunta recurrente es: ¿qué tiene que ver la evolución con todo eso? En The New York Times, el periodista y escritor Mark Oppenheimer se preguntó si Wilson no se apresura un poco al “asimilar prácticamente toda idea que le gusta como prueba de evolución cultural”. También hay algunas dudas respecto a su metodología dada la enorme magnitud del proyecto y un abordaje que puede parecer disperso.

Wilson es en extremo honesto respecto del carácter intuitivo de la investigación. En una ocasión parafraseó a Albert Einstein al decir: “Si supiéramos lo que hacemos, no sería investigación”.

En cuanto a los resultados, el trabajo aún se encuentra en una etapa inicial, pero Wilson hace referencia a su programa académico para estudiantes en riesgo, en el cual los alumnos tuvieron un notorio mejor desempeño que el grupo de comparación en una prueba controlada. Se hizo sentir a los estudiantes, que habían reprobado en por lo menos tres de cinco materias el año anterior, que formaban parte de un grupo especial en un entorno muy seguro y alentador, se les proporcionó muchos incentivos a corto plazo y se les dio una auténtica responsabilidad en la dirección del programa.

Sus teorías se conocen desde hace décadas, pero ahora cobran popularidad entre políticos y centros de investigación en políticas a ambos lados del Atlántico, que aspiran a entusiasmar a las comunidades de sus propios barrios y lograr que se trabaje en conjunto en la solución de problemas sociales inabordables de forma más efectiva y barata que la vía del Estado.



También hacen pensar en cuestiones sobre las comunidades y la cooperación en la era de los medios sociales que estudian sociólogos como Richard Sennett, así como en la agenda de bienestar que impulsa el economista Richard Layard.

Wilson visitó Gran Bretaña por invitación del Co-operative Group, que insiste en que la conducta de cooperación es la norma, no la excepción. “Queremos que la gente empiece a pensar de manera diferente, que se dé cuenta de que la norma no es el hombre que no paga una vuelta cuando todos están en el pub, sino el hombre que lo hace”, dice Paul Monaghan, el director de objetivos sociales de Co-op.

En los Estados Unidos, Mary Webster se describe en términos de “ese ratoncito del laberinto de David que se comporta tal como debe”. Webster, que tiene 71 años, participa en trabajo comunitario en su ciudad, Binghamton, desde hace más de diez años, pero hace un par de años ella y su grupo, Safer Streets, se convirtieron en uno de los varios que participan en el estudio de campo de Wilson.

Webster dice que, poco a poco, ve algunos resultados. Ahora está a cargo de tres competencias de diseño de parques y señala que algunos vecinos con los que había tenido roces aparecen de pronto en una de las fiestas de la cuadra con una gran bandeja de tacos. “Es el tipo de cosa que me pone la carne de gallina”, declara. “Ahora las escuelas locales se acercan a nosotros, hablamos con la municipalidad y la gente parece tomarnos más en serio”.

Pero es un trabajo lento, admite. “Lo más gracioso es que David piensa que soy una especie de increíble ejemplo de altruismo. Pero inicié todo esto porque el barrio estaba decayendo y no quería que mi casa perdiera valor, de modo que soy tan interesada como cualquiera. ¿Qué le parece?”.

Wilson se ríe cuando le cuento lo que Mary Webster me dijo. “Mary me lo dijo el día que la conocí”, señala. “Pero en realidad podría haber manifestado su egoísmo de muchas maneras: yéndose del barrio, invirtiendo en un sistema de seguridad, tratando de expulsar a los malos elementos, etcétera. En lugar de eso, lo expresa trabajando para mejorar el conjunto del barrio. Si tiene éxito, entonces compartirá la mejora del barrio, pero lo hará con un gran costo personal. Eso es el altruismo definido en términos de conducta. Tal vez el altruismo haga sentir bien al altruista, o se lo practique por un sentimiento de deber, o para ganarse el cielo, o tal vez se base en un sentimiento de egoísmo esclarecido. Mientras el resultado sea la misma conducta orientada a la sociedad, puede considerárselo equivalente en términos funcionales.” Agrega: “Tal vez Mary piense que es por completo egoísta, pero la experiencia me demuestra que es muy común que las personas altruistas afirmen que sus motivos son egoístas como forma de minimizar lo que hacen. ¡No es altruista proclamarse altruista!”.

Bibi Van Der Zee

Publicado en Ñ-The Guardian, 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario